Si estás leyendo esto atraído por el titular, ya vamos mal.
Aún así, soy un tipo de palabra y te voy a dar esas 5 claves antes de ir a lo serio; cómo gestionamos la autoestima y el reconocimiento.
Aquí van:
- Mira dentro de ti y no fuera
- Mira dentro de ti y no fuera
- Mira dentro de ti y no fuera
- Mira dentro de ti y no fuera
- Mira dentro de ti y no fuera
Ahora si, hablemos en serio sobre la autoestima
Lo primero que hay que hacer es diferenciar la autoestima del reconocimiento
La autoestima es la estima que uno tiene de uno mismo. Bien. Este es un blog de nivel.
El reconocimiento es la estima sobre nosotros que nos proyecta alguien.
Vayamos al mundo laboral.
El reconocimiento que nos proyectan profesionalmente puede estar por encima o por debajo de nuestra autoestima y dependerá de si nos manejamos de forma proactiva o reactiva, que adoptemos una actitud constructiva o destructiva.
Si partimos de un proceso de introspección y de que tenemos una idea propia de lo que valemos y de nuestras carencias quiere decir que todo comienza en nosotros y que, por tanto, tenemos una actitud proactiva.
De esta forma es más fácil tener el control y nuestro pensamiento se construye verbalizado en primera persona; voy a, tengo que, debo,…
De esta forma actuamos de forma positiva, porque somos nosotros los que marcamos la dirección.
Tiene sentido ¿no? Pues lo hacemos exactamente al revés
Pero la premisa anterior no se suele cumplir. Normalmente tendemos a ser reactivos al feed back. Es decir, primero miramos cómo nos consideran y luego vemos cómo impacta en nuestra autoestima.
Estamos a expensas de los demás. Primero ellos, luego nosotros.
Así vemos que nuestro pensamiento se construye verbalizado en tercera persona: me van a, son tal, piensan cual,…
La actitud suele ser negativa puesto que no tenemos el control y nos hace ver el futuro de forma negativa, de forma dependiente.
Las consecuencias de ese pensamiento negativo, reactivo y que elude la responsabilidad individual de manejar nuestras vidas son fáciles de ver en otros pero también en nosotros mismos porque nadie está a salvo.
1. Dependemos de los patrones
El mundo no se rige por lo que nosotros aportamos sino por lo que se espera que aportemos. Es decir, tenemos que encajar en patrones determinados por otros y nadie encaja perfectamente en algo que no está hecho para uno mismo. En el proceso de tratar de encajarlo lo mejor posible se verán las carencias, porque el molde estaba ahí antes que nosotros y somos nosotros los que tenemos que encajar.
Si partimos de nuestro propio patrón, buscaremos conectar nuestra aportación de valor con las necesidades del trabajo y nuestro foco no estará en lo que nos falta sino en nuestra contribución.
2. No nos atrevemos
Si dependemos del reconocimiento, lo buscaremos ansiosamente y la forma más básica de reconocimiento es el de pertenencia. Es decir, primero se reconocerán los aspectos comunes al grupo. Por lo tanto, ser reconocido equivaldrá a ser parecido y cuando buscas parecerte -porque el reconocimiento condiciona nuestra autoestima-, actúas igual que el resto. La consecuencia es que no te atreves a hacer las cosas de forma diferente.
Cuando tienes una adecuada propiocepción -percepción de uno mismo- enfocas el mundo desde la diversidad y miras qué valor diferente puede aportar cada uno. Incluido tú mismo.
3. No somos
Si no hacemos esa introspección para marcar un punto de partida en nosotros y dependemos de que otros nos marquen la referencia, dejamos de ser. Seremos «en función de» y se trata de ser «con independencia de», con la mayor autosuficiencia posible.
De aquí viene lo de «es que en Coca Cola son..», «en L’Oreal son,..», «esto es típico de Telefónica». Las personas no existen, existen los patrones corporativos.
Por ajustarnos a los patrones, por ser demasiado reactivos y por condicionar nuestra autoestima, acabamos siendo… un poco más de lo mismo
.
.
.