CUANDO LA POPULARIDAD ES UN OBJETIVO, ES DIFÍCIL TENER IDEAS PROPIAS

CUANDO LA POPULARIDAD ES UN OBJETIVO, ES DIFÍCIL TENER IDEAS PROPIAS

Los adolescentes son el paradigma de esta reflexión. Sus ideas son las que más agradan a su nueva familia: los amigos. Son algo así como un libro en blanco para aquellos aspectos que no se hablan en casa, con el único objetivo de integrarse y ser aceptado.

Así, para reafirmar esa pertenencia, se sindican en ‘gremios’ autoidentificables por su estética, sus códigos lingüísticos, sus comportamientos y ritos, etc. Es una forma de recordar y reafirmar que eres parte del grupo, de ese grupo. 

Bienvenidos al mundo de los nuevos adolescentes: los bloggers, podcasters, tuiteros y demás fauna.

Cuando tu objetivo son los likes, las visitas y los comentarios de refuerzo es imposible no intentar escribir lo que crees que los va a generar. De ese modo, es cuestionable si las ideas son esencialmente tuyas o vienen condicionadas por la audiencia que te tiene que regalar su interacción. 

Para dibujar el escenario he tenido que llevar la idea al extremo, pero pensemos en las televisiones. ¿No es así como viven? Sustituyen a colaboradores si el minuto a minuto indica que baja la audiencia. Será extremista, pero hay realidades que no están tan lejos.

Como padre de un adolescente, vivo en la permanente lucha -torpe- por dotarle de autonomía y me resulta inevitable hacer espejo conmigo mismo. Desde que estoy en esto, intento reflexionar después de cada publicación sobre el nivel de ‘voluntad de agradar’ que pongo en ella. No digo que tenga que ser cero, porque es un ejercicio que te integra, te socializa y, en muchos casos, te modera. Pero me gusta ser consciente de aquellas convicciones propias, en las que no me molesta la discrepancia, en las que soy capaz de aceptar la posición contraria sin intentar convencer al otro, en las que estoy tan convencido que no me importa cambiar de punto de vista por argumentos consistentes.

La búsqueda de aceptación vende mal

La historieta con la que voy a ilustrar esto sucede cuando me cita el CEO de una gran empresa financiera para que le exponga mis ideas. Los días antes de la reunión la gente me empezó a avisar de que se trataba de un tipo que le encantaba discutir las cosas y darle siete vueltas de tuerca al tipo que tenía delante. La reunión era con su equipo delante por lo que la caña estaba garantizada. 

¡Qué pereza!

Reflexionando me di cuenta de que la pereza venía no tanto de discutir ideas sino de tener que ganar la discusión.

Entonces plantee la presentación de la siguiente forma:

Comencé haciendo un par de reflexiones interesantes pero fácilmente aceptables. En ese momento, vi de refilón que el tipo asentía con la cabeza. Entonces interrumpí la exposición, le miré y le dije: “Yo también estoy muy convencido de esto que acabamos de ver, pero no quiero tener la razón. Creo que otros enfoques pueden ser igual de efectivos, aunque creo en este. Y es que no he venido aquí en busca de aceptación, he venido en busca de sintonía…”

Era la forma de decirle que no había ido a venderle ninguna moto, que había ido a compartir puntos de vista para ver si nos aportábamos el uno al otro y, si eso, colaborar. Era una forma de quitarle autoridad y recuperar independencia. Obvio decir que el resto de la reunión fue como la seda.

Al cabo de un tiempo, compartí esta historia con mi hijo y es curioso que jamás la ha olvidado y cuando tenemos una crisis porque los amigos no le han llamado para quedar o le han afeado una broma, él recuerda que con los amigos no se busca la aceptación, sino la sintonía

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