Me decía Juanjo López Bedmar, el chef propietario de La Tasquita de Enfrente, que él era capaz de ver un tipo de películas varias veces sin acordarse del argumento de una vez a la otra.
En ese contexto, le comentaba que había descubierto que no es que yo no tenga paladar, porque sí que aprecio lo que como, pero que borro el sabor de mi memoria de tal forma que no tengo referencias cuando pruebo un plato similar en otro restaurante. De ahí mi ausencia de criterio.
Creo que ambas situaciones beben del mismo origen: el déficit de atención.
Antiguamente, se exigía atención total en todo lo que se hacía en el colegio y el que no era capaz de mantenerla, se le diagnosticaba e incluso se le empastillaba.
Hoy en día ya hemos asumido que la cuota de atención no solo es baja, sino que va en decremento. A eso podemos sumarle una creciente infoxicación que nos lleva a que no hay manera de procesar toda la información que se genera.
Tenemos dos aproximaciones al exceso de información
La primera es vivir con ansiedad
El FOMO -Fear Of Missing Out- se dispara cuando alguien nos habla de un libro que no hemos leído o de un nuevo concepto que no dominamos. El gap entre la información a nuestro alcance y la que podemos procesar, se traduce en agobio, ansiedad y frustración.
La otra es el JOMO -Joy Of Missing Out- que consiste en dejar pasar todo lo que consideremos que podemos sobrevivir sin ello. En lugar de sufrir por no ser un experto en todo, se trata de elegir qué queremos disfrutar aprehendiendo.
Ojo, no hablo de especialización obligatoriamente. Podemos apostar por la visión holística siendo capaces de capturar las líneas principales de las diferentes disciplinas y dejar pasar la profundidad de conocimiento para que los expertos la capturen. Con saber para qué sirve, es suficiente. A algunos no nos pagan por ser expertos en digital, sino para tomar decisiones sobre lo digital.
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La mejor forma de tomar decisiones importantes, es descartar información
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Paul Frankland y Blake Richards, de la universidad de Toronto, han descubierto que el hipocampo sobreescribe los recuerdos por lo que, a la hora de tomar decisiones importantes «es importante que el cerebro olvide detalles irrelevantes y en su lugar focalice en cosas que le van a ayudar a tomar decisiones en el mundo real» (Richards).
El exceso de información produce un bloqueo cognitivo. Sin embargo, el descarte es la forma más eficiente de tomar decisiones relevantes de forma inteligente.
En ‘The Gambler’, de Kenny Rogers, viajando en un tren, un jugador le explica a un pasajero qué es lo más importante en el poker: «Tienes que saber cuándo guardarlas (las cartas), cuándo doblar la apuesta, cuando descartarte …y cuándo salir corriendo…». Pues con los recuerdos y la toma de decisiones, creo que funciona igual.
Imagina que disfrutas tanto el minuto a minuto de la película, que decides no retener la trama porque lo importante para ti es la abstracción mental del momento.
Lo de Juanjo me parece muy curioso, pero me ayuda a comprender lo mío.
En realidad, no es que no me guste la comida, es que he decidido no acumular especialización sobre ella. Disfruto un sabor en el momento, pero borro la referencia de mis archivos mentales.
Lo que hago es liberar capacidad de atención en las referencias de sabores para centrarla en otra cosa que me interesa mucho más: las personas. Pero no las personas concretas -las identidades particulares- de hecho, tengo mala memoria para las caras y los nombres. Lo que me interesa es la forma de vivir y sentir de las personas. Pueden pasar meses y me acordaré -una vez identificada- si una persona sufría la última vez que la vi o afrontaba con optimismo una dificultad o necesitaba encontrarse interiormente porque es ahí donde tengo toda mi cada vez más escasa cuota de atención
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