Nos encontramos habitualmente, en el espectro político, el perfil del líder profesional. Líder en el sentido de que lidera, de que gestiona seguidores, de que mantiene el pulso sobre la voluntad de un grupo de gente más o menos amplio.
Pero hay una diferencia con el concepto tradicional del liderazgo. Antes, un líder manejaba un grupo de seguidores y todo eso, pero lo importante es que lo hacía en pos de un fin determinado y el fin en si era lo importante; vencer el apartheid estaba por encima de Mandela, la libertad y después la integración social estaban por encima de Gandhi, etc…
Hoy en día tenemos líderes vacíos. Da vergüenza analizar un discurso de nuestros políticos actuales porque dan vueltas a conceptos superficiales y grandilocuentes, sin profundizar en las dificultades y sin afrontar el compromiso con el esfuerzo, como hacían Gandhi, Mandela o Luther King.
Es más, su priorización del objetivo más elevado les llevaba a profundos sacrificios personales, algo que no me imagino en lo que tenemos delante.
Lo que tenemos son políticos –que no estadistas- que disfrutan del hecho del liderazgo sin la necesidad de tener objetivos finales. De esta forma, el mantener el liderazgo en sí se convierte en el objetivo, aunque el verdadero liderazgo desaparezca por hartazgo de los votantes y se convierta en poder otorgado bajo el argumento del “mal menor”.
¿hablamos de marketing?
Encontramos directores cuyo fin es dirigir más que gestionar marcas. Profesionales de cultivar el ego por encima de cosechar resultados. Expertos en manejar ratios dudosos para justificarse en el cargo evitando acudir a datos objetivos. Esforzados del proteccionismo ajenos al trabajo en equipo con lo que conlleva de fiscalización de los resultados.
Quizás no estamos tan lejos…