Antes de la revolución industrial, la forma de realizar economías de escala era el sistema de aprendizaje. El maestro tenía un equipo de aprendices que hacían el trabajo menos cualificado y así se iban desarrollando hasta que alcanzaban un grado de maestría que les permitía hacer su propia carrera.
Una de las industrias que mejor desarrolló este sistema fue la industria del arte de tal forma que los Miguel Ángel o Botticelli disponían de un taller de aprendices en los que delegaban parte del trabajo.
El sistema de delegación funcionaba de la siguiente forma:
En primer lugar, el artista hacía el boceto, que eran los fundamentos de la obra. Algo sí como el briefing. En algunos artistas como Rubens, sus bocetos tenían tanta personalidad que con el tiempo han sido elevados a parte significativa de la obra del autor.
A continuación, los aprendices hacían la preparación que consistía en la base del cuadro. Digamos que era la base no diferencial de la pieza.
Por último, el maestro dotaba del detalle de calidad. No se trata de dar el detalle a todos los elementos de la obra, sino de darle el valor diferencial en el aspecto que le confiere carácter y sello de identidad. Ya fuese el propio Rubens dando su toque en los rostros y las carnaciones, Miguel Ángel definiendo las anatomías o Caravaggio creando la magia en los encuentros de la luz con los rostros, el artista le daba el salto de valor en aquel aspecto que le hacía artista.
Este sistema fue trasladado al modelo industrial y llega hasta nuestros días en el mundo empresarial.
¿Cómo funciona el sistema de delegación?
El marketing manager se reúne con su equipo y le da las directrices -el boceto- de lo que espera del brand plan para el próximo año.
El equipo se pone a trabajar analizando los números, haciendo diagnósticos y preparando las propuestas para el siguiente ejercicio en lo que es la base del brand plan -preparación-.
Por fin, llega el marketing manager y le da el valor diferencial a través de determinados toques de calidad en base a su expertise, bien sea incidiendo en la activación on trade, en la creatividad o en el packaging.
Esas pinceladas son las que hacen lucir el plan cuando se presenta al brand owner.
Así se supone que debería ser.
Lo que ocurre es que el mundo evoluciona y los modelos se desgastan y acaban corrompiéndose. Muchos marketing managers, quemados por la sensación de estancamiento, ponen poco interés en establecer los fundamentos estratégicos del plan y básicamente dejan que los equipos inexpertos cojan el plan del año pasado y trabajen desde él.
La preparación se convierte entonces en un corta-pega de lo que siempre se ha hecho.
Y el toque de excelencia… en fin. Muchas veces los mandos medios se sienten en la necesidad de ser buenos en todo y acaban metiéndose en todos lados. Algo así como si se obligasen a dar pinceladas en todos los rincones del lienzo, reforzando lo que ya hay y no aportando diferencialidad.
Al final, aparece la frustración y corremos el riesgo de acabar como Miguel Ángel, expulsando a todos nuestros ayudantes porque nos parecen mediocres.
El arte contemporáneo de la delegación
El arte busca los límites y con ello hace evolucionar la sociedad. Quizás por ello, el mundo del arte ya está en la siguiente fase de la delegación mostrando el camino que deberíamos seguir en el mundo de la empresa.


Artistas como Damien Hirst o Jeff Koons trabajan a conciencia la primera fase, el brief. Una vez han expresado lo que necesitan, trasladan a su equipo lo que quieren y es el equipo quien realiza y finaliza la obra. Koons prácticamente ni interviene en el detalle final y limita su involucración en el marketing y la comunicación de la obra.
En mi opinión -es una opinión- el nuevo arte de la delegación parte de tener claro lo que se quiere. Esa debe ser la gran aportación de valor de los mandos medios y es a su vez la gran carencia. Cuando sabes lo que quieres, el detalle no es tan relevante porque, de mejor o peor manera, lleva a un destino.
A continuación, se apoya en la captación de talento, no de mano de obra. Es un talento complementario, capaz de interpretar con complicidad las directrices para hacer realidad el boceto.
Y finalmente, el verdadero arte está en no meter mano al resultado final. En asumir que lo que falte es por culpa de un mal briefing. La clave es no toquetear todo por dejarlo a nuestro estricto gusto, sino asumir que es una obra coral, suma del talento de todos.
Eso sí, es probable que los que estén aplicando este método, sean aristas incomprendidos en un tiempo que toca a su fin
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Gracias AMIGO Eloy. Sin tí, no soy nada…