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Pues, aunque solo sea por tocar las pelotas, voy a mirarme en ese espejo y voy a relatar lo que veo.
Seguro que mucha gente, cuando lo lea, renegará de mi descripción. Esos, probablemente han sustituido los espejos por fotos de estudio que proyectan una imagen retocada e ideal, porque esa es la única imagen de ellos mismos que quieren ver.
Habrá también los que ya sean conscientes de las cosas que voy a contar y de muchas más. A ellos les diré que la consciencia de la situación no les quita responsabilidad. Y lo digo porque soy parte de ese grupo.
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Bueno, allá voy.
Me acerco con timidez…
Lo primero que veo es a un tipo menos atractivo de lo que pensaba. Claro, cuando “veo hacia fuera” no me veo a mi mismo y mi percepción propia es la de un triunfador. Reflejado en el espejo veo que la camisa no me queda tan bien como pensaba, y está arrugada. Además, tengo ojeras y no sonrío tanto como en los selfies que publico con frecuencia.
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Por otro lado, el espejo ejerce de retrovisor y me muestra lo que sucede a mis espaldas. Veo que no tengo tanta gente alrededor como creía. Los veo ahí, pero a una prudente distancia hablando entre ellos. De hecho le leo los labios a ese de la agencia que siempre me dice que soy un crack, comentándole al de la central de medios que soy insoportable cuando me sale el ego.
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Hay más cosas. Ahora veo que a ese tipo de cuyo discurso me he enamorado no le va tan bien como creía. Me doy cuenta de que, probablemente, el discurso no es tan bueno en valor absoluto. Lo que sucede es que, como coincide con lo que me gustaría que fuese la realidad, yo le doy la validez asignándole parte de los recursos que gestiono.
Ahora veo claro que no es necesariamente una verdad absoluta, pero yo lo elevo a “discurso visionario” para reafirmarme a mi mismo. Si ese discurso es visionario, yo que estoy de acuerdo también lo soy.
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Hay uno de una agencia que está haciendo una nota de gastos y me doy cuenta de que esa cara comida en Kabuki a la que se supone que me ha invitado la he pagado yo y no él. Si hago números, teniendo en cuenta que el margen final que le saco a mi producto de PVP 12€ es un 5%, necesito vender 500 productos para pagar esa comida. ¡500!
Voy a ir a Carrefour a ponerme delante del lineal y ver cuanto tardo en vender esos 500 lo-que-sea.
Voy a ir a Carrefour a ponerme delante del lineal y ver cuanto tardo en vender esos 500 lo-que-sea.
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Si, las agencias me tangan. Engordan el presupuesto de iluminación y, además, le sacan un rappel al proveedor. Y se ríen de mi cuando prescindo de una azafata y le digo: “pero me la descontarás del presupuesto, ¿no?”. Veo en el espejo que, a mi espalda, se dice entre dientes: “pues vale, ya te la colaré por otro lado”. Me doy cuenta de que la culpa no es sino mía porque no estoy dispuesto a pagar por intangibles como la excelencia, la idea o la experiencia y se las tienen que ingeniar para cobrarme por tangibles.
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Hay un tipo por ahí –un tipo muy ingenioso, por cierto- que dice que los brand managers somos como ricos de compras. La comparación es cruel, pero ya hasta le veo la gracia. Es verdad que no tenemos aprecio por la artesanía, el trabajo en la sombra, por el esfuerzo del vendedor y que muchas veces compramos por impulso para dejar el artículo en un rincón, casi sin usar.
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En fin, demasiado para la primera vez.
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Voy a dejar de mirar porque la realidad se me hace demasiado dura. Prefiero meterme en mi mundo de comités y de workshops donde la realidad es la que yo controlo. Y es así, en esas reuniones tomo las decisiones que manejan mi realidad, pero es una realidad parcial, la de mi ecosistema.
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La realidad más amplia se ve mejor en el espejo
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