“Tú a mi no me mandas”
No se me ocurre una frase más nuestra.
Uno de los instintos más básicos del ser humano es la defensa del libre albedrío. Cuando algo parece predecible, ya no nos gusta. La disrupción, la sorpresa, el giro de última hora es lo que nos da vida porque es una especie de rebeldía contra el mundo que nos hace pensar que no todo está predeterminado.
Nos gusta hackear las cosas porque así nos recordamos que no somos un estándar, que las cosas requieren un grado de personalización para sacar lo máximo de nosotros. Nosotros no somos como los demás. Nadie manda en nosotros; ni la naturaleza, ni el destino, ni la herencia antropológica. Tú a mi no me mandas.
La estrategia son decisiones pre-tomadas
Dice Warren Buffet que los fundamentos estratégicos son aquella media docena de cosas que definen el 80% de tu comportamiento. Una estrategia no es más que una línea de coherencia que determina lo que tienes que hacer en la mayoría de los casos para que todas tus decisiones conduzcan al mismo sitio. Si hay que cambiar el destino, se cambia. Por eso el 4 year plan se hace cada año y no cada cuatro. Pero si no hay una coherencia en las decisiones se producen ineficiencias que llevan al caos.
Si una compañía toma la decisión de competir en valor y no en volumen, el 80% de sus decisiones tendrán que ir en ese sentido. Si no, no hay estrategia. Por supuesto que cuando se acerque el cierre, en algunos casos, no quedará más remedio que flexibilizar el precio, pero hay que contemplar que se quede en ese 20%.
Que no se me malentienda, hay compañías que no tienen estrategia y van muy bien. Son compañías reactivas a la demanda y es una decisión igual de buena. De lo que no pueden quejarse estas empresas es de que las cosas les pillen por sorpresa o de no tener el control porque solo cuando sabes dónde vas puedes coger tracción. No hay viento favorable para quién no sabe a dónde va.
Que no, que tú a mi no me mandas
Imaginemos que soy un partido político nuevo que tengo que expandirme en poco tiempo y para ello marco una estrategia clara: siempre se habla con la lista más votada y se ofrecen pactos de apoyo pero no se entra en el gobierno. Cuando te lo saltas una vez, es casuística. Cuando te lo saltas la mitad de las veces es que esa estrategia ya no te vale.
Mi punto es que en estos casos lo mejor es cambiar de estrategia por una más viable. Sin embargo observo que las compañías siguen agarrándose a marcos estratégicos que ya no respetan. Se mantienen las estrategias pero se mencionan en bajito, para que no comprometan. Y si trasciende, se saca el comodín de la necesidad de flexibilidad cuando en lo único que somos inflexibles es en darnos permiso en saltarnos la estrategia cuando nos apetece.
En definitiva, no nos gusta tener una estrategia porque una estrategia nos obliga.
Es mejor no tener una estrategia que no respetarla
En mi opinión, es mejor no tener estrategia que no respetarla porque lo segundo conduce al desconcierto y la desmotivación entre los que si nos honrados con los propósitos
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