Hace poco, la dirección de Facebook intentó cambiar los términos legales del acuerdo con sus registrados. Se produjo una sublevación que llevó a Facebook a echar marcha atrás y, en un intento por convertir el problema en oportunidad, pretenden que sean los propios usuarios los que aprueben futuras modificaciones.
Está muy bien. Muy democrático.
Este caso me genera un par de dudas. La primera se basa en la posibilidad de que, en un futuro, gracias a los DNIs electrónicos y demás, se pudiese llegar a un modelo en el que el pueblo, los votantes, los contribuyentes, pudiésemos votar semanalmente sobre los temas que se debaten en el Congreso de los Diputados o en nuestro pleno municipal. De esta forma yo no depositaría mi voto una vez cada cuatro años en un partido, teniendo que asumir todas las decisiones en todos los ámbitos que tome un grupo de personas en las que, por otro lado, tampoco confío demasiado. ¿Se imaginan? Los políticos solo serían gestores de nuestro patrimonio, sin capacidad de decisión. Me gustaría ver la cara de todos estos políticos prepotentes que no entienden en qué consiste la delegación de poder en que se basa la democracia. Yo podría votar a la derecha en temas económicos y a la izquierda en temas sociales. O si se urbaniza en unos terrenos de mi municipio ¡pobres políticos!. Podría aprobar la eutanasia y rechazar el aborto si me pareciese lo más oportuno…sería auténticamente democrático…una pasada.
Llegado a este punto, me asalta la primera duda: ¿sería el pueblo capaz de gestionar responsablemente el poder? Los políticos nos han demostrado su incapacidad pero, ¿seríamos capaces de actuar en consecuencia en un entorno económico tan complicado o votaríamos solo a la opción más cómoda a corto plazo para ponérnoslo más fácil?
Por otro lado, ¿cuanto estaríamos incrementando el poder de organismos educativos y de los medios? Me refiero al poder de manipulación, por supuesto. Porque el ser humano, el ciudadano, tiende a lo cómodo y lo cómodo es delegar hasta nuestra opinión. Lo que hacemos es afiliarnos a un partido de forma visceral y que ellos decidan por nosotros. Y si no existiesen los partidos políticos nos afiliaríamos a los medios de comunicación, o a los grupos religiosos, o a quien nos evite tener que pensar demasiado.