Los de marketing somos un petardo.
Asumámoslo.
Solo sabemos hablar de nosotros, de nuestros productos, de nuestras características y de nuestros territorios, pero siempre de nuestro rol dentro de ellos.
Agradecemos a nuestros equipos y a los clientes pero nunca a la audiencia que es la que hace buenas nuestras campañas. Y cuando no las entienden, es que son unos paletos que no saben apreciar nuestro talento.
Siempre explicamos el éxito desde nuestra virtud, sin considerar el universo de causalidades que se producen cada vez que triunfamos y sobre las que no tenemos el menor control.
Queremos convertir las cosas en lo que ya son o cambiarlas a lo que nunca podrán ser; “Convertir la música en parte de nuestras vidas”, ¿y qué es si no?. “Democratizar el lujo”. El lujo sirve para separarse del resto, es su esencia. Si es para todos, no es lujo.
Ojo, me encanta mi profesión y creo que la publicidad –prefiero ampliar el concepto a la comunicación- tiene una influencia social enorme y forma parte de la cultura popular.
El error está en que sentimos una especie de superioridad intelectual que nos lleva a creernos que el mundo gira en torno a nosotros. Probablemente porque, durante años, éramos los que marcábamos los gustos y las preferencias de la sociedad.
Lo que ocurre es que ahora las cosas han cambiado y la conversación sucede allí, donde está la gente. Y sucede estemos nosotros o no.
Nos mata la percepción de superioridad intelectual que tenemos
Decía un interesante artículo de Carlos Prieto en El Confidencial que la izquierda en España y los demócratas en Estados Unidos tienen un problema en el momento en el que se burlan de los gustos populares desde una supuesta supremacía moral.
Es como un “La gente es muy paleta porque vota a Trump/Rajoy”.
Lo que consiguen es avivar un fuego interno de rebeldía en la gente que se siente menospreciada, que acaba por romper con el discurso intelectualoide para votar con todo lo contrario, con el estómago, y en sentido opuesto.
Es como las marcas blancas. Me siento tan poco identificado con las marcas de fabricante que, ‘al menos estos me lo ponen barato’. Y es que a las marcas nos cuesta un mundo conectar con la gente.
Pues a los políticos les pasa un poco lo mismo que a los publicitarios, que creen que la gente solo piensa cuando están ellos delante y hablan de lo que marcan en sus agendas.
Tengo la impresión de que hay dos tipos de campañas; las que hablan como la gente y las que hablan como los publicitarios.
Hay campañas que alinean los códigos, los contextos y los territorios de sus campañas con los de la gente. Pero todavía hay muchas cuyos códigos son artificiales y sobreactuados, que trabajan los contextos como si la audiencia tuviese que dejarlo todo para atender a nuestras campañas e insisten con territorios irrelevantes o inverosímiles.
Vivimos la vida desde la zona VIP de nuestros eventos
Al final, establecer una relación no consiste en conseguir sentirte superior o tener la razón. Consiste en ser generoso, amable y considerado y buscar espacios de complicidad y para ello solo hay una opción; pasar más tiempo con ellos. Pasar tiempo no es encargarle a un instituto que haga una investigación y que nos la traduzca nuestro experto en research.
Me refiero a ver Mujeres y Hombres y Viceversa, porque te explica el patrón por el que procesan la vida muchos jóvenes y que, por muy mal que nos parezca, es el que hará que compren nuestros productos.
Hablo de meternos en twitter y participar, y publicar, y ver lo que enfada, lo que hace reír, lo que interesa y lo que no.
Hablo de dar conferencias en universidades y conseguir que no se duerman con las chapas que les metemos.
Hablo de vivir experiencias a saco, con intensidad, de intentar sorprender, de contar chistes, de emocionar.
En definitiva, hablo de vivir como vive la gente y no como lo hacemos nosotros desde las zonas VIP de nuestros eventos y desde los palcos a los que nos invitan nuestros proveedores
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