A Jesús Gil le perdió la ambición.
Su intento de expansión a los ayuntamientos de la costa andaluza y Ceuta y Melilla, casualmente provocó una batería de investigaciones que terminaron en la destrucción del personaje.
Es un patrón recurrente en muchos otros personajes que me ahorro mencionar. Con lo que me quedo es con que la ambición es como una droga. Vemos políticos que, en cuanto tocan escaño, pierden el romanticismo. Vemos empresarios que, partiendo de negocios estables y solventes, se lanzan a aventuras que terminan en la ruina.
Y es que la ambición por crecer es positiva, hasta un punto en el que empieza a ser perjudicial. Sin embargo, pasado ese punto, parece que se produzca una ceguera que no permite percibir la inercia de la caída.
Nos están vendiendo la moto de la escala
En medio de la transformación en la que estamos ha aparecido el concepto de crecimiento exponencial. Si quieres crecer un 10% no eres ambicioso, eres gilipollas. Hoy en día se crece 10x. Un inversor, ni abre el documento que presenta un business plan que no proyecta un tamaño 10 veces mayor en tres años.
Minucias
Se asocia la ambición a la solvencia
El primer peligro es que se está asociando la ambición a la solvencia. Un tipo que solo crece aritméticamente está asociado a un tipo poco válido, porque a poco que tires de growth hacking, muy torpe tienes que ser para no montar el nuevo Google en pocos años.
El problema es que esto se filtra hacia abajo y vemos a cualquier empresario con un negocio próspero, estable y que genera un puñado de puestos de trabajo, marcado como un mal empresario por no estar pensando en expandirse y multiplicar por x la compañía.
Por supuesto que no es malo ser ambicioso, lo peligroso es presentar la ambición extrema como el paradigma de la gestión adecuada.
Bueno para algunos, malo para todos.
Los asalariados no se escapan a esta psicosis. Alguien que esté a gusto con su trabajo y conforme con como está, seamos sinceros, es considerado como alguien con fecha de caducidad. Por muy buen profesional que sea en el desempeño de sus funciones y a pesar de su falta de conflictividad.
Un canto al crecimiento conformista
No voy a hacer un llamamiento al conformismo. Hago un llamamiento a que cada uno tome sus decisiones en base a sus motivaciones, su naturaleza y lo que le hace feliz.
Por eso hago un canto -que no un llamamiento- al crecimiento conformista. Quiero dignificar el conformismo. El conformismo que crece a su ritmo.
El crecimiento conformista es esa hoja de ruta en la que no queremos crecer por crecer. En la que valoramos lo que ya tenemos y nos llena y no queremos renunciar a ello. En la que nosotros decidiremos cuando crecemos y cuánto, porque nuestra agenda no viene marcada por titulares tipo «Si a los 30 no has vendido tu startup por 30M, eres un fracasado».
Pero ojo, hay que ser consciente de las consecuencias que tiene la carencia absoluta de ambición. No podemos exigir un ascenso en una empresa si no crecemos según sus estándares. No podemos pretender forrarnos en un negocio que, en la medida en que no nos movamos, será afectado por disrupciones e innovaciones. Ganas y asciendes en la medida en que te compensa.
La verdadera conciliación
Una de las grandes batallas hoy en día es la de la conciliación y todavía hay algunos que la interpretan como la mejor distribución del tiempo que pasas en casa y en el trabajo. Como si el trabajo fuese un castigo.
La verdadera conciliación es aquella en que el trabajo no es un castigo sino una forma de autorrealizarnos.
Y… ¿sabes qué?
Cada uno se autorrealiza a su ritmo
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