Está claro que la vida tiene más sentido cuando encuentras tu propósito, tu ikigai o tu significado
No seré yo el que desanime a nadie a buscar todas esas cosas
Pero el caso es que, en mi proceso de buscarlo, me he encontrado con algunas cosas que no contemplaba:
Me volví egocéntrico. Porque, pensando cuál era mi sitio en el mundo, me olvidé de que el mundo ya tiene una forma determinada y busqué ese sitio como si el mundo tuviese la obligación de encajarme. Como si se fuese a adaptar a mis voluntades, anhelos y pasiones. Pues no. Mi camino personal está sujeto a una orografía que, si no tengo en cuenta, va a hacer que yo y mi plan ideal nos torzamos el tobillo en la primera rampa.
Me volví egoísta. Porque quería hacer muchas cosas que eran buenas para el mundo, pero quería hacerlas yo. Que el impacto fuese mío, y también el mérito y el reconocimiento. ¿Si no, pa qué tanto esfuerzo?. Y es que me enfocaba más en lo que hacer el bien me aportaba a mí que en que aportase a los demás. Todos mis discursos comenzaban por: “He encontrado la paz…”, “No sabes como te hace sentir…”. Vamos, que los beneficiarios de mis acciones eran peones en mi jugada.
Me volví individualista. Es MI propósito. No el tuyo. De hecho, si se parecen, ya cambiaré alguna chorrada para que sea diferente. Esto no es un trabajo en equipo. La gloria nunca lo es. Si todos tuviésemos un propósito, me devaluaría.
Me volví un cretino. Como mola hablar con superioridad. “Cuando encuentres tu propósito, te sentirás lleno” decía, “…aunque un zoquete superficial como tú, de lo único que se puede llenar es de croquetas” pensaba y me callaba. Seamos honestos, el autoconocimiento te da un falso halo de superioridad…
Me encontré más vacío. Cuanto más presumía de propósito, más vacío me sentía. Que sí, que me refería a lo que me gusta hacer, pero es que a veces no me apetece, a veces me apetece cambiar, a veces paso. A ver si es que yo no tengo una pasión única y que invade todo mi ser…
Me volví en contra mío. Porque olvidé lo necesario que es el tormento para crear. No hay arte sin tormento. Me encanta imaginar, ordenar y comunicar y todo ello aparece cuando estoy perdido, cuando no me aguanto a mí mismo, cuando no sé por que hago las cosas. Todo ello aparece cuando hay desorden y hay que ser muy imbécil para boicotearme a mí mismo ordenando el estrés que alimenta mi pasión.
En definitiva, que me he bajado del carro.
Porque mi propósito seguro que nunca fue ser un egocéntrico, egoísta, insolidario, individualista, cretino, vacío e imbécil…
Para mí, no hay nada más vacío que la vida plena. Como soy feliz es sintiéndome perdido, viviendo con mis tormentos, sumándome a los caminos que marcan los demás sin tener el mío propio, en un mundo que no me considero capaz de cambiar pero que disfruto en su imperfección y, ahora, con el propósito de no tener propósito…