Me contaba Angel Sanz que Universia ha detectado una serie de aspectos recurrentes en las ofertas de trabajo que recibe. Las empresas, a la hora de contratar, están demandando estos cuatro atributos: innovación, iniciativa, humildad y compromiso.
Es como los tests esos en los que hay una palabra intrusa. ¿Humildad? ¿Por qué sale ese aspecto por encima de orientación al resultado, capacidad de sacrificio, potencial de desarrollo o valores éticos?
Creo entender el por qué. En las organizaciones se busca gente con recorrido y para mejorar, antes hay que saber qué es lo que es mejorable. Pues lo que nos hace ver lo que podemos hacer mejor es la humildad.
El talento florece bajo un sustrato de humildad porque sin humildad, no reconoces los errores. Sin humildad no encuentras a nadie a quien admirar y, por tanto, de quien aprender. Sin humildad no escuchas. Sin humildad no hay nada nuevo.
Todo el mundo (menos yo) es hipócrita
En “Why everyone (else) is a hypocrite” (Ed. Princeton, 2012) Robert Kurzban habla de un estudio en el que el 80% de los profesores decían tener un nivel profesional por encima de la media, lo cual es estadísticamente prácticamente imposible. Es debido a una trampa mental que nos hacemos, porque si nos engañamos a nosotros mismos pensando que somos mejores, proyectaremos una imagen más segura que permitirá defender mejor nuestro trabajo.
Es decir, la sobre-estima está vinculada a la competitividad. En un mundo tan competitivo como este, el recurso que hemos encontrado es mirarnos en un espejo que ensancha nuestras capacidades. Otro recurso defensivo es poner barreras a todo aquello que pueda poner en evidencia nuestras carencias.
Las empresas alimentan la distorsión de nuestras capacidades
Como decía la semana pasada, cuando un jefe nos dice que hemos hecho un buen trabajo, nunca sabremos si es porque era un buen trabajo o porque no quería desmotivarnos. El problema es que el hecho de no hacernos ver las carencias, nos impide saber en qué podemos mejorar. Suelen ser jefes torpes que no saben comunicar lo que ha salido mal sin implicar un tono de reproche. O jefes cobardes que eluden una conversación incomoda por su comodidad. O jefes inseguros que se subrogan a nuestra distorsión de la realidad.
En las empresas se ha asociado humildad a debilidad y eso no ha hecho más que fortalecer la coraza exterior y debilitar el interior. Esta inseguridad endémica que sufrimos los ejecutivos acaba saliendo inconscientemente manifestándose en decisiones amarronas y resistencia al cambio. Es decir, acaba afectando a la innovación a la iniciativa y finalmente al compromiso.
También hemos confundido la autoridad que nos da la jerarquía con la que nos da el conocimiento de nuestro trabajo y la aportación de valor. La funcional con la sustancial. Y pensando que la jerarquía es más importante que aportar valor, la defendemos con las garras de la arrogancia; “Que me vas a enseñar tú a mí”.
Tarros de nata y tarros de mierda
Decía John Wooden, el histórico entrenador de baloncesto de UCLA, que los jugadores que le llegaban eran tarros de nata o tarros de mierda y que su trabajo era quitar nata y poner mierda o quitar mierda y poner nata. Pues hay mucha nata.
Y la gente joven… nos hemos preocupado tanto por animarles y decirles que podían conseguir todo lo que se propusiesen, que les hemos limitado la capacidad de comprender que el de al lado, muchas veces, es mejor.
La falta de humildad es como un firewall que nos protege de los virus, pero que no deja entrar ningún programa nuevo ni nos permite actualizar los que ya tenemos.
La falta de humildad es la vía directa hacia la obsolescencia
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