La transformación digital se ha convertido en un grano en el culo de las empresas.
Si tuviese que definirla diría que, ahora mismo, es una psicosis. Lo es porque se ha convertido en una obsesión sin sustancia. Sabemos que tenemos que acometerla pero no sabemos de qué va. Si tenemos una idea de qué va, no sabemos cómo hacerlo. Si intuimos cómo hacerlo, no vemos el momento. Y si vemos el momento, nos asaltan las inseguridades.
Maldita transformación digital.
No es una transformación digital, es una transformación social
El primer problema es de nomenclatura. El origen es tecnológico, sin duda, pero lo que le ha dado semejante trascendencia es la influencia que ha tenido en los comportamientos de las personas, en la organización de la sociedad y en los modelos de negocio.
Digamos que hace tiempo, cuando se producía una innovación, había que utilizarla por el hecho de haberse producido. No había muchas y había que aprovecharlas. La tecnología ha incrementado la producción de innovaciones hasta unos niveles nunca vistos. Ahora tenemos que elegir, y el criterio de elección se basa en que elegiremos las innovaciones que pueden ser adoptadas por las personas, las que generan cambios sociales.
Sucede entonces que los techies se vuelven humanistas, porque la tecnología que no es útil para las personas, no sirve y los buenos ingenieros son los que entienden de usabilidad y de experiencia de cliente.
La transformación no sucede fuera sino dentro de las personas
El segundo problema es que tendemos a pensar que la transformación viene de fuera, que es un periférico que enchufamos a nuestro sistema y hace su trabajo por si solo. Pues no. Se trata más bien de un cambio en el sistema operativo. Tenemos que formatear la forma en que adquirimos los datos, los procesamos y producimos el resultado. En otras palabras, cambia la forma en la que percibimos las cosas, las comprendemos y afectan a nuestro comportamiento.
Inevitablemente, este cambio debe de comenzar por las personas. No es tan complejo como parece. Conozco a gente que ha hecho el click en pocos meses, pero lo que es seguro es que si no cambian las personas, no se comprenderá lo que hay que hacer, no se sabrá como hacerlo, no se encontrará el momento y aparecerán las inseguridades.
Si no te pones a ello, no va a ocurrir
Otra barrera para que la transformación suceda es que no dejamos que suceda. Se produce fácilmente la inspiración, también la comprensión, pero cuando llega la hora de hacer un movimiento físico…no pasa. No pasa porque hay otras prioridades relacionadas con el día a día y el día a día no deja tiempo para el día de mañana. Efectivamente, la transformación requiere que la elevemos a prioridad. Que le hagamos hueco a la transformación descartando urgencias. Por decirlo de otro modo, hay que entender que trabajar el futuro es una urgencia del presente.
Como dice Alfons Cornella, hay una polarización entre explotadores y exploradores y necesitamos traductores, interpretes, puentes entre ambos. Una empresa exploradora que no explota nunca será rentable pero una empresa que solo explota y no explora quedará obsoleta o acabará siendo ineficiente.
La inestabilidad económica nos hace tender a asegurar eligiendo la opción más explotadora. El problema es que establecemos un patrón y, en la siguiente decisión, volvemos a hacer lo mismo partiendo de cero. Debería de haber una cuota, imaginemos un 25%, de decisiones que tiendan a la exploración.
Se nos llena la boca
Se dividió un grupo de personas en dos. A todos se les dijo que tenían que hacer un trabajo durante un mes, 45mn al día y que era un trabajo complicado. A una mitad se les dijo que se lo contasen a todo el mundo. A los otros se les dijo que lo mantuviesen en absoluto secreto.
Tras la primera sesión, los que no se lo habían contado a nadie trabajaron de media 45 minutos y salieron diciendo que quedaba un trabajo muy duro por delante. Los que lo habían promulgado a los cuatro vientos trabajaron de media 33 minutos y salieron diciendo que estaba chupado.
Concluye el estudio que decir que vamos a hacer algo nos hace segregar las mismas endorfinas que si ya lo hubiésemos hecho y, por tanto, nos hace perder impulso. Por eso cuanto más decimos que vamos a ir al gimnasio, menos lo hacemos. Por eso, cuanto más decimos que vamos a acometer la transformación digital, menos perseverantes somos en que se lleve hasta la última práctica.
Hay mucha teoría y poca práctica
Declaro oficialmente que ya se están generando más técnicas para ser creativo, innovar y tener pensamiento disrruptivo que ideas creativas, innovaciones y disrrupciones. Parece que todos sabemos cómo se hacen las cosas pero lo cierto es que no pasan tantas. Al final, el consumidor no está tan en el centro, la transparencia tiene unos límites y la colaboración también, arriesgar mola pero ojo, y lo del tiempo… vamos, que no tengo tiempo.
Está claro que llegar a que las cosas pasen no debe de ser tan fácil como parece. Por eso, a lo mejor, tanta teoría vale para poco y, quizás, la teoría hay que irla escribiendo mientras hacemos.
No apetece que pase porque toca las estructuras jerárquicas
Pero lo más complicado de toda esta transformación es que está basada en modelos de aportación de valor y la aportación de valor salta las jerarquías.
Esto hace que cuestione las grandes mentiras asimiladas de la jerarquía, que son las siguientes:
1. El jefe tiene razón. Mentira, el jefe toma la decisión final y decidir no es lo mismo que tener razón. Hoy en día cualquier opción puede ser buena, solo hay que tomar decisiones.
2. El jefe es un ejecutivo total. No. El jefe no tiene que saber más que nadie. No tiene que saber hacer lo que hacen sus subordinados mejor que ellos. En la era digital, el manager es un director de orquesta, no un hombre orquesta.
3. El jefe es el que más aporta. Negativo. El jefe es el que coordina las aportaciones.
4. Ser jefe es más prestigioso. El mundo empresarial tiene entrenadores tipo Mourinho, entrenadores que quieren ser más estrellas que las estrellas. En esta revolución social, la relevancia no es un fin, es una consecuencia.
Yo maldigo la transformación digital
Estos motivos y muchos otros hacen que maldiga la transformación digital porque me parece más importante acometerla que ponerla de moda, que es lo que está pasando. Estoy cansado de gurús y de expertos. Estoy harto yo mismo de formar parte de ese movimiento inflacionario.
Sin embargo, tengo mucha ilusión por hacer cosas, por hacer cosas en las que no se le de tanta relevancia al cómo sino al beneficio que aportan
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