El otro día hablaba con un amigo que escribe poesía para mujeres con gran éxito sobre cuál era la necesidad que satisfacía su obra. Llegamos a la conclusión de que podría haber un tipo de mujeres que vivieron un noviazgo muy apasionado y que, una vez consolidada la relación y con la rutina de la convivencia, podían sentir un déficit de química pasional.
La teoría es que la poesía amorosa de mi amigo sería una suerte de masturbación emocional. Es decir, una forma de generar artificialmente la química afectiva que ya no reciben de sus acomodadas parejas.
Las charlas inspiradoras también son masturbación emocional
La conversación me llevó a hacer una reflexión sobre un patrón que veo en muchas formaciones a las que asisto o incluso que doy yo.
Hay un tipo de formadores –probablemente el mío- que realmente no forman. Quiero decir que no aportan conocimiento ni acompañan la práctica. Simplemente son un estímulo para cambiar el estado de ánimo de la audiencia.
Efectivamente, hay un cierto paralelismo con lo de mi amigo. Pongo un ejemplo; a un grupo de ejecutivos asustados porque esto de la transformación digital puede dejarlos desactualizados, se les da una charla inspiradora que hace que les apetezca hacer las cosas de forma diferente. Lo que se está haciendo es cambiarles una química depresivo-estresante por una química entusiasta-motivada. Se está sustituyendo cortisol por dopamina.
Hasta aquí sigue siendo masturbación emocional, aunque en un ámbito profesional -¡qué mal está sonando!-. Pues dentro de este tipo de presentaciones hay momentos en que te cuentan ejemplos de brillantes soluciones disruptivas a modelos de negocio complejos.
Pongo un ejemplo
Los códigos captcha
Estos códigos que te saltan cuando te equivocas al meter una contraseña de tu banco solo pueden ser leídos por el ojo humano y sirven para comprobar que no eres un robot probando contraseñas.
Fueron inventados por el desarrollador guatemalteco Luis von Ahn, Manuel Blum y Nicholas J. Hopper y, en seguida, Google compró la start up.
Lo hizo porque, en aquella época, estaban digitalizando millones de libros. Digitalizar un libro significaba escanear una página y pasarla por un software que lo convertía en un documento Word. El problema es que, cuando escaneas un libro encuadernado, en el pliegue de la página, la palabra sale ilegible.
Google tenía dos opciones, o contrataba a gente que validase palabras o, cada vez que nos equivocábamos con una contraseña, nos ofrecía dos palabras: una de control y un pantallazo de un escaneo. De esta forma, cuando 2.000 personas validábamos una palabra, Google la daba por buena.
Así, todos nosotros le hacíamos el trabajo a Google gratuitamente.
Realmente no. Realmente teníamos un payback en forma de seguridad informática.
La masturbación intelectual
Este tipo de cosas molan y entusiasman y te exigen intelectualmente, generando una química que te hace sentir más poderoso mentalmente. Sucede lo mismo cuando llamas a gente para tener conversaciones profundas, conversaciones intensas cognitivamente. Todo ello sigue el mismo proceso que la poesía de mi amigo; es una especie de masturbación intelectual que genera una química determinada, solo que menos emocional y más intelectual.
Llegados a este punto, me gustaría prevenir a la gente de una serie de riesgos:
1. Esto es una masturbación. Es decir, si pretendes que es la realidad, cuando termine te sentirás solo. Si estás todo un día en unas conferencias de digital saldrás de allí pensando que eres Jeff Bezos pero, al llegar a la aparatosa multinacional en la que trabajas, no sabrás por donde empezar y tu frustración será mayor.
2. Entenderlo no significa que lo sepas hacer. El comprender lo que hizo un tipo brillante, no te hace brillante a ti. Ni siquiera me lo hace a mi por explicártelo. Sería como creer que por valorar lo que hace Messi, somos nosotros buenos futbolistas.
3. Cuando un tipo te cuente solo casos de éxito de otros, plantéate que es tan solo un buen formador, pero no un experto –de experiencia-. Conocer como funciona lo digital, no le hace digital. En todo caso le demuestra habilidad en la comunicación. Solo mis casos de éxito en digital me acreditan como profesional de la transformación digital.
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Con todo esto, no quiero restarle validez a este tipo de formación.
Todo lo contrario.
Me entusiasma y creo que tiene un efecto estimulante imprescindible para fomentar la iniciativa. Pero como todo generador de emociones, debe de conllevar una consciencia de cuál es la realidad
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