LA PALABRA MÁGICA

LA PALABRA MÁGICA

Mi madre me decía que la palabra mágica era ‘por favor’.

Me engañaba.

No solo porque sean dos palabras y no una, sino porque esa expresión no ayuda a modificar la conducta del otro.

O al menos no lo hace en la medida en que lo hace otra palabra. Una palabra que cuesta decir, que solo surge de la sinceridad, de la honestidad y que está en claro desuso.

Definitivamente, la palabra mágica es perdón’.

Cuando alguien hace una barbaridad al volante, basta con que pida perdón para que entiendas que sabe que lo ha hecho mal, que hay autocrítica, que la próxima vez lo intentará hacer mejor. Lo mismo ocurre cuando lo hacemos nosotros. En el momento en que pedimos perdón, vemos como el otro se tranquiliza y pasa página. Incluso nosotros también nos tranquilizamos. Asumir la culpa es liberador.

No solo ocurre en el tráfico, también en la calle, en el trabajo o en casa. El efecto mágico de la palabra perdón. diluye las discusiones y atenúa los reproches.

Perdón, pero…

Pedir perdón no puede llevar ‘peros’. Los ‘peros’ son atenuantes que te pones tú mismo y eso es cutrísimo. Pedir perdón es un acto unilateral, en el que asumimos nuestra responsabilidad. No hay más.

¿Pero por qué no la usamos más a menudo?

¡Ay amigo! Esa es otra historia.

Pedir perdón implica ponerse en el lugar del otro. Implica ponernos en una posición de inferioridad y también es un ejercicio de humildad. Y si algo nos falta es humildad, así como tampoco tenemos arraigados conceptos como la empatía ni la solidaridad.

Pero, aun así, no tiro la toalla. Espero que, a base de pedir perdón hasta cuando no hace falta, se dé el contagio.

Por cierto, perdona si este post te molesta. Perdona. Sin paliativos

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