En la transformación digital hay que correr. El tiempo vuela y las cosas cambian sin esperarnos. Es como una contrarreloj del Tour de Francia, pero una contrarreloj por equipos. En este formato, el tiempo que cuenta no es el del primero en llegar a la meta sino el del cuarto o el quinto ciclista.

Está bien planteado. Se admite que alguien se pueda desenganchar, sí, pero cuenta cuando llega el bloque.

Toda evolución social se produce haciendo ‘la goma’. El que tira estira la goma hasta que el de atrás se ve empujado por ella. Entonces la goma se destensa y el que tira puede volver a hacerlo. Los evangelistas de la transformación digital están tensando demasiado la goma. Tiran y tiran sin esperar a que los de atrás cojan tracción y olvidamos que, si la goma se tensa tanto que se rompe, tendremos un problema serio. La goma está muy tensa.

Si fuese malpensado, podría sugerir que a algunos nos interesaría que se rompiese la goma porque se descolgarían muchos y así habría más para los pocos que quedasemos. Podría pensar que por eso establecemos barreras como una terminología compleja que cambiamos en cuanto se populariza. Podría imaginar que nos auto-sectarizamos por códigos de vestimenta y hábitos. Incluso que por eso manifiestamos nuestro desprecio por lo que llamamos ‘dinosaurios analógicos’, para que ni levanten la cabeza.

Pero prefiero no pensar así porque me parece una visión torpe, cortoplacista e insolidaria y los digitales somos unos tíos muy listos.

Tenemos un reto y es el de acoger, animar y estimular a los que les cuesta más. Porque no son malos profesionales, solo están asustados o bloqueados o les faltan herramientas. Con poco que les demos, traccionarán permitiéndonos volver a tirar y así avanzar… avanzar todos

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