Cada vez que caigo con algún director de cine le pregunto lo mismo “¿qué es más importante, la imagen o el sonido?”. Según mi kitchen research, la respuesta está repartida al 50%.
Yo tengo la teoría de que, para realmente meterte en la película, necesitas verla con un sonido que esté a un volumen en el que dejes de escuchar tu voz interior
¿y qué es la voz interior?
Pues es esa voz con la que dialogamos permanentemente. Si, es “la voz de la conciencia”, pero también es la que nos anima a seguir adelante o la que nos hace profundizar en las reflexiones. En teoría es la voz del cortex prefrontal, que está haciendo planes de futuro, o nos prepara para lo que viene, pero en la práctica es la voz que no te deja concentrarte en el presente.
Es la voz que, en época universitaria, te repite machaconamente que dejes de estudiar y aproveches el día. Cuando decides tener una conversación amable con aquel tipo con el que te llevas fatal, es la que te insiste “es un gilipollas, es un gilipollas”. También es la que, cuando estás presentando un proyecto importante pero que tiene algunos puntos inciertos, te hace pensar que no vas a convencer al Comité de Dirección.
Precisamente, hablando en público, hace resonar en la cabeza las situaciones que nos acompañaron al desarrollar el proyecto que presentamos y las dificultades que hemos superado. Según Chip y Dan Heath es como una banda sonora épica que acompaña nuestro discurso pero que, lamentablemente, solo escuchamos nosotros.
En definitiva, cuando se produce un desalineamiento entre nuestro discurso y nuestra voz interior, se pierde la capacidad de convencer, de persuadir y de inspirar.
Hay que buscar la armonía con nuestra voz interior
¿qué hacemos entonces?
Stephen Denning dice que el enfoque convencional nos anima a ignorar la voz interior esperando que se esté quietecita y confiando en que, como sea, nuestro mensaje cale en la audiencia. Sin embargo, él propone que, en lugar de ignorarla, trabajemos en armonía con ella, que la involucremos dándole algo que hacer. Por ejemplo; podemos contar Titanic como una historia de un barco que se hunde o podemos contarla como una historia de amor entre dos personas de clases sociales distintas en el contexto de un barco que se hunde.
Digamos que nosotros contamos lo del barco, pero lo que subyace, lo que llega al corazón de nuestra audiencia, se lo encargamos a la voz interior. De esta forma ganaremos un aliado que maneje nuestros mecanismos inconscientes como el tono de la voz, nuestro lenguaje no verbal o la pasión con la que comunicamos.
Digamos que nosotros contamos lo del barco, pero lo que subyace, lo que llega al corazón de nuestra audiencia, se lo encargamos a la voz interior. De esta forma ganaremos un aliado que maneje nuestros mecanismos inconscientes como el tono de la voz, nuestro lenguaje no verbal o la pasión con la que comunicamos.
Construyamos nuestra honestidad
Llegados a este punto, me voy a tirar al barro
Creo firmemente, que la alineación entre nuestra voz física y nuestra voz interior determina nuestra honestidad. Quiero decir que, si queremos convencer a alguien de algo, dejemos de pensar en cómo presentamos las cosas para que sean más convincentes y pongamos toda nuestra energía en estar plenamente convencidos de lo que decimos garantizando la honestidad de nuestro mensaje.
De esta forma -como me decía el otro día Richard Gerver– si estás convencido de lo que dices, la mitad de la audiencia no pensará como tú, pero te respetará y, hoy más que nunca, la gente quiere seguir a gente a la que respeta
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