Como la palabra ‘metodología‘ es un anzuelo para mentes cartesianas, ante todo un disclaimer: esto es una caricatura que aplica en algunos casos en diseño de estrategia de marketing y comunicación. No se lo tomen muy a pecho.
Ahí va.
Como el mundo es impredecible y nuestro cerebro busca certezas, nos hemos obsesionado con las metodologías. Todo tiene que tener una metodología o un algoritmo, que no son más que una promesa de secuencialidad en un mundo en el que creemos que después de A va B pero que, en realidad, dentro de media hora después de A de repente va C. Las metodologías ejercen de puro efecto placebo.
Por otro lado, las metodologías tienen un aspecto muy provechoso que es el de ordenar nuestra estructura de pensamiento y argumental. Siempre y cuando no creamos que las cosas se van a desarrollar matemáticamente según las previsiones, nos permiten dotar de una línea de coherencia a nuestras acciones.
Reflexionemos un poco sobre el uso de las metodologías.
Las estrategias basadas en metodologías se acogen a esa ley física que dice que cuanto más rígida es una estructura, más propensa a la fractura. La elasticidad de un edificio le permite resistir los embates de los elementos como la flexibilidad en la aplicación de las metodologías permiten a la estrategia resistir el duro golpe de la realidad. No se trata de saltárselas, sino de hackearlas, de modificarlas pero manteniendo un criterio.
Las metodologías tienen un output visible representado, por ejemplo, en una estrategia de comunicación, una plataforma de marca o una línea editorial. Son útiles, no lo dudo, y ya he comentado en el post anterior cuanto me preocupa que la gente no genere compromiso con las estrategias. Pero por otro lado, hay un beneficio no perceptible a primera vista, sino latente, y que tiene tres derivadas.
Nos permite tener un discurso sobre el tema
En primer lugar una metodología nos permite tener un discurso sobre un tema específico porque al crear la metodología -o asumir una externa- estamos comprendiendo en profundidad el aspecto al que nos referimos; qué es una estrategia, qué es un insight, qué es una emoción, etc. Una metodología nos da discurso sobre un tema.
Nos permite establecer un marco verbal
En segundo lugar, una metodología nos permite establecer un marco verbal que nos facilita llevar la conversación a un terreno común y que controlamos. Bien sea con interlocutores, clientes, equipo u otros stakeholders, el utilizar un wording común agiliza el trabajo y, si el marco es nuestro, nos dota de autoridad en la conversación.
Estructura el brief y la medición
Por último, la metodología estructura dos aspectos importantes; el brief y la medición. El antes y el después. En medio, cabe toda la flexibilidad del mundo pero al principio y al final, la metodología -ya hackeada- crea una visión compartida de los objetivos y los resultados.
En la ejecución manda la realidad
En la ejecución -es siempre mi opinión- manda la realidad. Es la guerra y seguir a rajatabla lo planeado nos puede llevar al hoyo. Sin embargo, a la hora de medir las consecuencias, debemos remitirnos a los objetivos. Si no, siempre encontraremos resultados positivos individualmente que podremos utilizar torticeramente.
En definitiva, la mejor metodología es tener una metodología que nos de discurso y luego ser capaces de hackearla sin compasión, pero para ser fieles a la estrategia resultante
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