PARA SOBREVIVIR HAY QUE PECAR

PARA SOBREVIVIR HAY QUE PECAR

El efecto del estrés tiene forma de U invertida. Es decir, el estrés mejora nuestra capacidad cognitiva, nuestra atención y nuestra motivación hasta un punto en el que empieza a ser perjudicial y comienza a disminuir el rendimiento. Según la persona, la curva se manifiesta más aguda o más plana, o con un crecimiento más lento y una entrada en barrena llegado el punto de inflexión o al revés. Cada uno procesamos este efecto a nuestra manera.

Los 7 pecados capitales

En el siglo VI, el Papa Gregorio Magno revisó los trabajos previos del monje Evagrio y el Santo Casiano para definir su propia lista de los 7 pecados capitales: la soberbia, la pereza, la ira, la envidia, la gula, la avaricia y la lujuria.

La pregunta es ¿por qué el ser humano, católico o no, se siente atraído hacia estos comportamientos?

Pues porque tienen forma de U invertida. Los 7 pecados son la manifestación de una serie de instintos fundamentales para nuestra supervivencia. El problema es que, una vez superan un punto de intensidad, pasan a ser perjudiciales para nuestro rol en sociedad.

La soberbia

El exceso de soberbia nos lleva a subestimar a nuestros competidores y hace que prioricemos nuestro bien sobre el bien social. Pero esos mismos mecanismos son los que, en su justa medida, nos permiten afrontar las dificultades confiando en nosotros. Es un autoengaño en el que nos creemos mejores de lo que somos lo que nos genera autoconfianza.

Toda la teoría del refuerzo positivo está basada en ello.

La pereza

La pereza es el equivalente a cuando un proyector se sobrecalienta y se pone en reposo. Mientras no se convierta en una rutina y un objetivo en sí misma, nos permite darle ventanas de reposo al cerebro y en ocasiones sirve para priorizar tareas y guardar la energía para las que consideramos vitales.

La ira

La ira es un bloqueo de la amígdala que hace que nuestra atención se centre en un objetivo determinado, aislándose del resto de estímulos innecesarios. Es el comportamiento más difícil de controlar, precisamente porque el bloqueo de la amígdala reduce nuestra capacidad de raciocinio. En su día se activaba en combate para focalizar en derrotar al enemigo que quería matarnos, hoy sirve para lograr imponer nuestra intención en una reunión, que viene a ser el campo de batalla moderno.

La envidia

La envidia hace que deseemos lo que no tenemos. Es decir, nos dota de una ambición que, mientras sea ‘sana’, nos lleva a evolucionar. Desear lo que tienen otros se puede canalizar hacia la competitividad o a la redistribución de la riqueza y la justicia social. Ambas, igualmente, son buenas hasta un cierto punto.

La gula

Cuando nos saciamos, el estómago segrega una proteína llamada leptina que avisa al cerebro de que tiene suficiente. El problema es que hoy en día vamos tan rápido que cuando llega la señal, ya vamos sobrecargados y, en el momento en que la recibimos, la anulamos pensando en la cantidad de cosas que nos quedan por hacer y la energía que vamos a necesitar. La gula nos hace acumular más de lo que necesitamos porque no somos conscientes de que tenemos suficiente.

De esta forma, la gula está diseñada para que inconscientemente, preservemos recursos que nos puedan hacer falta en el futuro.

La avaricia

La avaricia sería la versión de la gula pero con los bienes materiales y, quizás, con un punto mayor de consciencia. La avaricia controlada es una especie de previsión consciente para cuando las cosas vayan mal.

La lujuria

Finalmente, la lujuria es ese instinto que nos lleva especialmente a los hombres a esparcir nuestro gen para preservar la especie. En las mujeres se manifiesta más en la elección del candidato más idóneo para generar una especie mejor.

La lujuria se basa en el instinto reproductor.

Las dos caras del pecado

De esta forma, en el segmento decreciente de la curva, la soberbia, la pereza, la ira, la envidia, la gula, la avaricia y la lujuria son comportamientos antisociales y con poca ética.

Sin embargo, cada uno de ellos tiene un efecto positivo cuando son vividos en su justa medida y permiten que miremos por nosotros y nuestros seres queridos, evitan que nos agotemos, Nos hacen mantener el espíritu de mejora, nos ayudan a preservar los recursos y permiten que la especie se reproduzca.

Una vez más, lo malo no es tan malo. Solo lo es la intención y la verbalización que usamos cuando nos referimos al concepto.

Así que, de momento, sigamos pecando

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