Un buen amigo ha dejado la empresa en la que llevaba 10 años.
Ya no se sentía identificado con la línea que estaba tomando la Compañía.
Los motivos de la desafección son diversos, pero en definitiva entran en el saco del desgaste por el tiempo.
El caso es que, durante el proceso, hemos hablado mucho de lo que venía después. En mi caso nunca perdí el afecto por las compañías que dejé, de hecho las sigo llevando en el corazón. Sobre todo a la gente. Pero es cierto que, en un momento dado, a algunos profesionales nos surge un instinto.
No es la crisis de los 40, es la revolución digital
Igual que el adolescente tiene el instinto de abandonar el hogar y enfrentarse al mundo desde la reafirmación de su identidad, creo que hay asalariados que en un momento dado de su carrera necesitan enfrentarse al mercado solos, desde su identidad profesional.
Es obvio que en las empresas esa identidad se ve diluida en la mecánica organizativa y suele ser tapada por la tarjeta de visita y la capacidad de decisión. Mucho más si la capacidad de decisión es sobre presupuestos que te hacen estar rodeados de muchos proveedores bailándote el agua.
Como digo, algunas personas, sienten la necesidad de descubrir cuál es su aportación de valor neta, aislada de cargos, presupuestos y estructuras aunque creo que, en realidad, no hace ninguna falta. Es como un amigo muy conocido que me planteaba un día que no sabía si ligaba tanto por él o por ser conocido. “¿y qué más da?” le decía siempre, “el resultado es el mismo y, además, no puedes dejar de ser conocido”.
Lo que sucede es que el contexto de incertidumbre que vivimos debido a la transformación digital nos hace preocuparnos –pre-ocuparnos- por una eventual situación en la que nos veamos en la calle y entonces le damos muchas más vueltas a nuestra capacidad de supervivencia sin el paraguas de la empresa.
De todo esto surge la cultura start-up que es como una suerte de flotador para que nos agarremos unos cuantos cuando nos caigamos del barco y la cultura knowmad que es el desarrollo de la verdadera capacidad de nadar largas distancias de forma autónoma.
La vida trabajando por proyectos
Mi amigo sentía el vértigo de verte sin salario por primera vez después de 20 años de empresa en empresa. ¡Ojo! el hecho de que fuese un final buscado no quita que te acojones cuando llega el momento. Estuvo como un mes hablando del tema obsesivamente conmigo y con otras personas y dibujó un escenario de autosuficiencia en el que definió un nuevo modelo de trabajo como autónomo o consultor trabajando por proyectos.
Al cabo de unas semanas se sintió cómodo en su nuevo rol. Realmente cómodo. Como tenía una imagen profesional excelente, le apetecía muchísimo medir su capacidad de aportar valor. Es más, llegó un punto en que lo necesitaba para su realización ya no profesional sino personal.
Lo que sucede es que, como buen profesional brillante, a las 72 horas de estar en la calle, le llegó una buena oferta de trabajo. Me refiero a un trabajo en una empresa. El caso es que tuvo un dilema importante: ¿se estaba acojonando a las primeras de cambio y tiraba la posibilidad de autorrealizarse por la borda? ¿estaba pagando con libertad la percepción de seguridad? ¿nunca más sabría cuánto vale por sí mismo? ¿y si se volvía a ver en la misma pero con 50?
El autónomo con un salario
Fue entonces cuando me recordó una frase que yo mismo llevaba diciendo hace tiempo: “yo, a partir de ahora, soy un autónomo con un salario”
¿qué significa eso?
Significa que ya no podía dar marcha atrás con la mentalidad abierta y basada en la aportación de valor pero que aceptaba el compromiso de desarrollarla dentro de una organización.
Se había acojonado mucho el último mes y lo había superado. Y ahora no iba a ceder el control de su vida tan fácilmente.
En mi caso todo fue mucho un proceso más suave y más dilatado en el tiempo, pero lo cierto es que, en el mueble de mi despacho, siempre hay una caja de cartón con mis objetos personales… sin deshacer. Siempre digo que es para recordar a la gente que entra que yo creo en una forma de hacer comunicación y que si no es la adecuada en la organización, me siento libre para cogerla e irme.
Pero es mentira.
En realidad, es para recordármelo a mí.
Me gustaría enumerar algunos aspectos que implica esta figura del autónomo con salario:
1..La empresa no contrata un trabajador, contrata una forma de hacer las cosas
Cuando tomas percepción de tu aportación de valor, generas una ética profesional. Es decir, una definición de cómo interpretas tu profesión en la que crees firmemente. Tanto que ya no puedes renunciar a ella, ni siquiera por un salario. Esto quiere decir que tú vas a hacer las cosas de una manera, tu mejor versión y, en caso de que no funcione, preferirás cambiar de proyecto antes que de fundamentos. Es cuando notas que dejas de ser mano de obra y comienzas a ser valor añadido.
2. Sigues trabajando por proyectos
Lo que ocurre en este formato laboral es que todos los proyectos tienen lugar en el mismo ecosistema, pero mentalmente, las cosas tienen un final. Esto significa que cada vez que se renueva el proyecto, hay que renovar la aportación de valor. La consecuencia es que te entrenas en la incertidumbre y cuando acabe tu ciclo, lo sufrirás menos.
3. Lo que vales fuera, te revaloriza dentro.
El profesional acepta el compromiso mayoritario con un solo proyecto, pero eso no implica que el mundo se reduzca a las cuatro paredes de la empresa. La sensación de que esto puede acabar en cualquier momento, hace que busques las referencias más fuera de la compañía que dentro. De esa forma, tu valor lo marca el mercado, no la política.
En el caso de mi amigo, incluso consiguió que le contratasen por dos tercios de su tiempo, porque quien le contrató entendió que el activo se revalorizaría realizando proyectos en otros ámbitos. «Un talento como el tuyo está fuera de nuestro alcance», le dijeron. Esa gestión del talento captó los tres tercios del compromiso de mi amigo.
4. Te conviertes en un pararrayos
El hecho de esa hiperconexión con el exterior, hace que seas una suerte de pararrayos que capta conocimiento, tendencias, propuestas, oportunidades y pensamiento lateral que acabas transmitiendo dentro de la organización, que es donde tienes enchufada la toma de tierra.
5. Estás en desarrollo permanente
La percepción de que la relación puede terminar en cualquier momento, te lleva a priorizar la necesidad de estar revalorizándote permanentemente. Tu valor es tuyo, el cargo es de la empresa, y cuanto más valor tengas tú más capacidad de aportarlo en la empresa.
6. No hay jefes ni subordinados
La libertad interior que adquieres, se manifiesta en que nunca más vuelves a tener un jefe. Tienes un cliente importante, igual que lo es el de ventas o el de finanzas. Y con un cliente te relacionas de forma totalmente diferente a como lo haces con un jefe. Entre otras cosas porque tienes más vocación de servicio que te hace aguantarle mejor sus cosas. Del mismo modo, tu equipo se convierte en proveedores de los que tienes que sacar la máxima involucración.
7. La vida personal se funde con la vida profesional
Esto viene del lado del autónomo. El hecho de que tengas un compromiso propio con la interpretación de tu profesión, convierte los proyectos en personales. De esta forma se funden las dos vidas. La parte mala es que no desconectas nunca. La buena es que tomas la sensación de que controlas tu vida y la sensación de control te facilita ser feliz.
Estamos viviendo un momento de cambios y no puedo decir que este status profesional sea una solución idónea ni única, pero de lo que estoy seguro es de que para mi perfil y el de mi amigo, supone un chute de motivación increíble que te devuelve las ganas de seguir creciendo como profesional
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